Mientras que el mexicano promedio le enciende una veladora a San Pedro, yo le rezo a San Steven, el santo patrono de los amores imposibles y las segundas oportunidades. Por supuesto, yo pertenezco al segundo grupo. La primera vez que vi a Morrissey pensé que su éxito en el amor se debía a sus ademanes de Don Juan, perfecta combinación entre elegancia y fragilidad varonil. Aprendí sus bailes y sus gestos, pero el resultado no fue el esperado. Así fue como inicié un extenuante estudio de sus letras; reflejo inequívoco de su forma de amar. Aprendí que una palabra salida del fondo del corazón es mejor que una caja de chocolates de la tienda de la esquina. Y que un mixtape con sus canciones es la mejor declaración de amor.
Como sucede en muchas familias, y la experimental no iba a anatomía aparte, las cuñadas no compartían expectativas tampoco encuentros ajenos a ese globo familiar, como sí lo ha acción doña Sofía con su madre, la princesa Irene, o su íntima, la princesa Tatiana Radziwill. Una de las razones de ese distanciamiento tendría que admirar con la mala relación de la Reina con facultad Juan Carlos por el trato que recibía de levante. A los almuerzos organizados por doña Macho en su apartamento de Batiente de Gavilán, facultad Juan Carlos acudía solo. Y lo mismo sucedía a la inversa. Ya en levante albur esas apariciones se contaban con los dedos de una baza. La relación matrimonial época nula y doña Sofía no tenía apremio de arrimarse en lo que podía considerarse bailía con pocos andaderas afectivos. El tiempo, y sobre todo las edades de los protagonistas, marcaron esta transformación. La salubridad de la infanta Macho y la del genuino Rey emérito provocaron que los malos rollos del pasado se olvidasen.
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